CUERPO COMO EXPERIMENTO - LITERATURA COMO SALUD

Hay cuerpos que son atravesados como muñequitos de felpa y encarnan desconcertados devenires implacables, allí donde la voluntad nada sabe decir a tiempo, allí donde las respuestas son arrojadas a la cara antes de siquiera poder pronunciar las temblorosas preguntas. Devenires que en su irrupción violenta son acechados luego constantemente por palabras, elucubraciones, que intentan encastrarlos inútilmente en relaciones causa-efecto, 'si p entonces q', 'y no podría ser de otra manera debido a las determinaciones sociales-psicológicas-culturales'... nuevos órganos emergen como tumores alrededor de todo ese flujo deseante, lacerando la piel vieja que a cada paso se tensa, y las palabras van y vienen pegándose a los dulces fluidos como moscas.
Y en el centro de toda esta subjetividad rota, remendada, al final el juego es un abandonarse, la salud un dejarse andar esquizo, andar poeta, militante, andar actriz, enamoradx, andares tontx, malx, alegrx, angustiadx, andar simplemente andar, con los ojitos brillosos, con la risa,
en el vaivén susurrado por todos esxs dramaturgxs incautxs y adorables que saben más del cuerpo que el cuerpo mismo, ese cuerpo solo que nada sabe, que nada sabe...

Ése

tiene agua
por los oídos
que no corre
gracias a mamá,
a los pobres
recuerdos.

en su blusa
o remera
se decantan unas
florcitas,

un cùmulo de pétalos
apelmazados
en las branquias


aguanta
la inspiración
hasta que azul
corre
como el agua
al jardín

anestesiado
de ver sucederse
con eco borroso
las luces elocuentes
del follaje

tiene
el parche en la cueva
rogando que el río
no desborde
de pura gravedad
su carne

pero
la flor cae
combada su silueta
desnuda

triturada por los perdigones

se acopla el rojo
a un cielo inútil
al paso del riego
con la boca
las manos

tras el algodòn rasgado

se descubre un pez
cuando la rígida voz del sol
se esconde

se desarma un niño
cuando se pulsa
sobre la bocanada
de un hombre.


Robert Mapplethorpe. Tulip, 1984.
© The Estate of Robert Mapplethorpe
  www.baldwingallery.com























Tarea para la casa (o la poesía bien entendida)

en la penumbra extensa del silencio

hacer que las entrañas hablen
hacerlas
reventar
contra la indiferencia transeúnte

que brote de las caras
el sebo brillante
de las frases
arrojadas

lograr que algunas lloren
se arrastren
llamen al péndulo con sus hijos encordados

(en algún momento estarán sobre ella)

gozar
hacer
palanca clavando la barreta entre pelo y pelo
diente y diente
nosotros/ellos

que resulte superficial
loar al universo
y sus vías
lecheras

cuando tenga la estrella en la palma

y comience a oír de sufragios

espantar al burgués
siendo un poco menos
burgués que él

por supuesto
caminarles sobre el rostro
andanadas
de aes! oes! úes!

porque una también se asquea
y llama al 107

entonces empieza a firmar
sus notas con nombre
fantasía

por si la poli
y la enfermera, y la enfermedad
y los carcamales

moderar
los impulsos acomodaticios
echar a las pajaruelas
poemas castos

(son los que muestro en la iglesia)

que hablan de miembro viril
de dios todopoderoso
sin necesidad de suplementos

combinar injurias
violar las reglas
matar a una discapacitada

de la risa
o qué creyeron?

recordar
mejores tiempos
cuando nos desaparecían
y comprábamos ropa en maiami

hacer todo
esto y
más
sin dejar de pensar
en sobras recalentadas
como recompensa
a la alegre manufactura

la poesía bien entendida
empieza por casa

no olvidar
treinta mil

uno.

En el colectivo

Los viejos me quieren levantar en el colectivo. ¡Hay tantos viejos solos! Yo hablo con alguno, piensa que soy muy joven: “estar con alguien de tu edad sería como un abuso”. Primero pensé que era ciego, pero al final veía.
Cuando era chico escribió un cuento de un ratón rico y otro pobre. Lo quiso presentar a un concurso de la escuela, pero como su papá no se lo pasó a máquina lo terminó tirando a la basura.
El cuento de los ratones ya ha sido escrito. Uno era del campo y otro de la ciudad, recuerdo. Pero no se lo dije, me dio lástima, pensó que podría haber sido un gran escritor. 
Yo también hacía cuentos, pero eso era cuando era más joven y estaba más expuesta al abuso de los viejos.
“Soy poeta”, le digo. Pero no tengo un estilo, apenas me corrijo. Me da mucha pena pensar que tuve tantxs hijxs a los cuales he arrancado los dientes.
Ya no me muerden, andan por ahí soñando mamas consistentes que nadie puede tocar. Ni siquiera los viejos encumbrados.

Automatica1

julia buscate un tren llevado a la aparición de la inconstancia brusca
natalia estás ahí blindada con tu escena favorita
de la película Brasil, en ella hay amor y cables
rocío pende de una rocamora
y sabe que debajo de sus sandalias hay suicidio
juan abre los ojos a soñar circundado por estelas serpientes
comida de abandono lunar
residuo de tóxicas proporciones
celeste, ondulada en sus sienes, aún partícipe de revoluciones
no pretende nada
abúlica su entrada a la sedición magnánima
gusta de bárbara, rosenda entrada en carnes
y divagadora en canaletas bestiales que tienen por nombre
pedro, irene, soledad
carismática como ella, la de las degradadas fuentes
abismal diferencia de tonos entre todos sus aullidos
digan ahora, digan siempre
sigan, en el obituario incandescente
repicando las fálicas nociones
las fatídicas transiciones entre un gobierno de cogotes y otro
donde la repetición de lo mismo
encontrado en un banco de plaza
roberto amigo de treinta y nueve casi años
desmenuzado por carencia de objetivos prestatarios
corolario de la insuficiencia artrósica
de ciertos funcionarixs públicos
entrepeneurs y seductoras bacantes
lidia corre a buscar la sevilla
y ya no hay más asientos...



Cadillos


qué son esos ojos como cadillos
en la ropa
difícilmente extraíbles
qué son esos dedos
luminosos
de complicado transporte
por qué a estas horas
zigzagueantes
cuando simplemente no se atreven
y la piel es una sala de espera
en órbita neurótica

No puedo


Yo puedo hacer
poesía
yo no puedo
me basta intentar un escarmiento
me basta o finjo
puedo alternar puteadas y cobardes dimisiones
pero no puedo
escribir
absolutamente nada
cuando destiño pálida mi cuaderno
o se dobla bajo el peso
o no lo sostengo
no puedo
decir sin miedo
a abrevar de las aguas danzantes
si en un esfuerzo oblongo
llegaré a tocar con mis ramas el celo
misterioso de las aves
es más bien una pregunta
digo
no está bien la penitenciaría
pero acaso no me carcome
acaso mi carne destilada
no corre
de un lado a otro
hasta ser fijada en la fría roca
donde estiro los dedos
y me guardo
muchos días
a saber
vacaciones
cumpleaños
fiestas
acaso no es evidente
que no puedo
acertar a reunirme con mis sombras
temprano a la mañana
tarde de noche
nunca
cuando es que suceden
las cosas de este mundo
entonces
porqué no decirlo
no puedo
hincar mis dientes en este banquete.


Amiga desestresada
de dónde sacaste las papitas
al taxista que le gusta el agua helada, con grados bajo cero
no se le aplica la receta.
Tengo hambre a las 3 de la mañana
ya me comí los dedos
llegué hasta las mangas,
la perra tiene muchos bebés y no tiene frío.
Me queda chica la colcha
voy a dormir con dificultad y sueños
que un edificio implosiona
en la esquina;
han puesto explosivos en lugares estratégicos
han tapiado las ventanas de la casa
y la policía acecha la puerta.
Mi papá no sabe
que estoy, no sabe?
Amiga, de dónde sacaste esta amiga
muestra los documentos
y da besos en terribles circunstancias
dice que se llama
pero nadie se acuerda.
Tengo miedo a las 6 de la mañana
hay un brillo extraño
tras los muros derrumbándose
el bruuumm, las sirenas, las vibraciones continuas del piso.
El libro de cuatrocientas páginas
me sostiene de pie en la estantería
y te tengo conmigo, borracha,
a punto de desaparecer
las reclusas de la memoria.
Amiga, estás blanca
de la cara a las manos, hasta mis brazos
discontinua me dijeron que estabas
ahí
cuando tiré el castillo por la ventana.




Antes y después de

Delia empezó a comprender su soltería varios meses después de separada. No importaba quién de los dos se había ido, sea donde fuere que ahora dormía, la habitación le parecía extraña. Y también el resto de la casa.

Había cambiado de trabajo en busca de un mejor sueldo, sin imaginar la sonsera que estaba cometiendo. Prácticamente doce horas fuera, cansada todas las noches, enojada muchas de ellas, apática hasta para dar un saludo al llegar. Qué importaba, si él dormía, comía, raras veces emitía una queja.
Y un buen día, ya no estaban juntos.

Ahora Delia miraba las cortinas y no recordaba si eran de antes o después de separarse, seguramente las compró después, cuando el sol empezó a entrar fuerte por la ventana. Le pareció divertido mirar los objetos y pensar cuáles eran de antes o cuáles de después de, incluso inventaba historias en que cada cosa era la protagonista. Con eso podía reírse horas sola.
Pero a la noche tenía miedo y hasta lloraba cuando los muslos se apretujaban intentando espantar quién sabe qué monstruos fálicos.
Se dio cuenta de que su colchón se achicaba y que en cualquier momento ella tampoco entraría. Por las dudas cuando dormía ponía otro en el piso.

“Deliciosa LaVeloz”, era el nick que se había inventado para charlar con hombres y mujeres y tener sexo sin tocar a nadie. Pensó en poner la webcam alguna vez, pero en el chat prefería las fotos sensuales y seguramente falsas que se intercambiaban.

No recuerda cuando fue que empezó a recibir anónimos por debajo de la puerta.
Todos estaban escritos en computadora y decían más o menos lo mismo: alguien quería cojer con ella, pero desaforadamente cojer, en vivo y en directo. Era raro, porque no le había dado su dirección a nadie. Además las cartas no la mencionaban por su nick, ni mucho menos por su nombre verdadero.
De todos modos, consideró que si alguien quería cojer de verdad incluiría en sus textos alguna forma de contactarle. A menos que fuera un imbécil morboso.

Al principio le pareció muy molesto ser acosada de esa manera. Pero luego comenzó a desear y esperar la llegada de las cartas. A veces eran simples poemas calentones y otras, portentosos gritos elegíacos. Los anónimos se fueron acumulando en una pila sobre la mesa de luz, de donde Delia los tomaba cada vez que la asaltaba la curiosidad o la erótica desesperación.

Pero el amante nunca decía su nombre -ni el de él ni el de ella- y Delia comenzó a sospechar que se había mudado y que las cartas eran para otra, la inquilina anterior. "Una que habrá estado muy buena", pensaba, "y que seguramente sabía quien le escribía".

Aunque trató varias veces de estar atenta, nunca pudo atrapar in fraganti a la persona que le dejaba las cartas. Los vecinos tampoco sabían nada. De alguna manera, ella se las arreglaba para ser silenciosa y no alertar a nadie.

Una noche Delia llegó de trabajar, se ubicó en la vereda del frente, medio oculta por el poste de luz de su vecino y esperó. A lo mejor el tipo venía en algún momento y podía descubrirlo.
Ahí se quedó, mirando la fachada de su casa. La miró durante minutos, parada. Tuvo que sentarse para seguir observando. Se prendió un cigarrillo y al pitarlo se sorprendió, porque ella no fumaba, pero no le dio mayor importancia.
Miró casi una hora, con mucha concentración y con varias colillas descansando a sus pies, pero no hubo caso. A pesar de lo mucho que intentó, no recordaba si la casa era del antes o del después de.
No sabía si llorar o reír, pero la emoción le hizo hacer las dos a la vez.
Quizás, había estado escribiendo todo este tiempo a la dirección equivocada.

No me extrañes...


No me extrañes cuando revises las aulas
y vislumbres reverencias amoratadas de incomprensión
no me extrañes cuando toques tu pelo y descubras animales palaciegos que tardan en resignarse
no me extrañes cuando campo traviesa el hombre aparezca, cansado de trabajar y los algarrobales se tornen sombríos amenazados por el arma blanca
no me extrañes cuando mires el sepulcro de quienes aun oran con el alma arrobada y ceremoniosa
no, cuando construyas tu casa
y desalojes mi ausencia por descarnada.

No me extrañes, no lo harás, cuando tengas un tendal de percusionistas en tu pecho.
Cuando el frío entre estaré recostada en tu espalda con mi canción tediosa
jugando a ser invisible
toda vez que el reloj suene su alarma.


Apiadado de las involuciones esotéricas
su cabello
se abre al precipicio
del rostro agotado,
acaricia el semblante
de tibia nebulosa parda,
de donde comen pequeñas abejas
hasta llenar de sus ojos el sopor de la casa.


Los pájaros no saben qué hacer con tanto cielo

ya no sabemos qué hacer con el viento que nos arrastra
con el azul que no es azul
con el tiempo que no es verdadero -y nos corre-
con nuestras delicias que no son francas
con las veleidades que acostumbramos

ya no sabemos qué pensar de las jaulas y de los árboles
de los ríos , las lagunas y los mares
de la luz y la oscuridad
de las miles de especies de aire que nos conforman/y nos componen

ya no sabemos qué hacer con la impaciencia de los días
el vaivén emocional
la sensibilidad contrera
y de mendigar caricias
nos hemos cansado,
de rodar entre las sábanas
arguyendo desconocimiento de causa,
plenos de sobreentendidos,
porque al final el amor
es "eso que hacen lxs demás"


y se nos han encallado los dedos
de excusas a medio escribir
anudado las tripas
complicado las hermosas trampas, se nos han,

y no sabría decir porqué aun no se nos cae la cara
de decir tantas pero tantas boludeces
con la poesía como coartada,
con esa falta de delicadeza
propia de quienes no entienden
que no quieren entender.
Y avanzamos inconclusos
retándole a la nada
como si a ella se le moviera el flequillo
emperrándonos en caer
otra vez
y la cuadratura del círculo es una desaparición en el triángulo de las bermudas
y la quinta pata del gato es el fundamento de la historia de lo no dicho
y sos vos soy yo donde prima la ausencia

porque al final no sé que hacer
con las esquirlas de tu abrazo
con este acumulamiento de clichés en mi espalda
AY me duelen ! en la esquina de mi casa
en el patio donde se borran los recuerdos
ahí mismo en el fondo de la huída

se me clausuran los labios rebeldes
que antes tanto sabían

y que ahora por incautos ya no saben -ya no- qué hacer con tanto cielo

se estremecen los pájaros
que se ríen de vos
en mi cara.


"yo hago un pacto contigo, Walth Withman/ ya te he detestado demasiado"
Ezra fascista
a la edad en que es conveniente hacer amigos
no queda más que recitar a la noche
en sitios oscuros

quizás
Withman, me has perdonado.

Quería contarte algo

Como ese día
de las sandías de doña Lidia
la lluvia torrencial de verano;
mientras jugaban el juego de cartas que nunca entendí ni voy a intentarlo,
con barro
entre los dedos de los pies
y ramito de flores silvestres armado-para-mamá
paseo con la flor popis güemense,
dibujante de huellas inscribiéndose en la tierra,
mojada morena practicando ser salvaje,
su pelambre enredada.

De a ratos me picaba
la agreste belleza
las extremidades en una isla crujiente de calor y monte
entre risas y comentarios soeces de las viejas,
todo se remitía a verle la cara al sol
cuando la inundación
nos tapa las patas.

Quería contarte algo así,
tan parecido a la calma,
una humedad cansina
bajo el concierto relámpago
del horizonte de los bananos. 

Máquina de sol

La máquina pesa.
En sus acoples con máquinas de viento, máquinas del tiempo, máquinas de agua,
se enciende/se apaga,
inflama su motor, estalla.
Con arreglos, desarreglos
convivientes en la misma habitación,
acepta tanto la lluvia como la niebla
oscurante
perdiendo sol, sudando sol, amando sol,
estrellándose.

Por las tardes
en la hamaca paraguaya
con la espalda marcada por la trama,
hundida en la cadencia de los rayos
en intermitente
on-off
on-off
on-off
produce los estados
de animal salvaje que rueda el llano
o que salta, sobrevuela las serranías
los montes escarpados;
de corbeta arrasa-continentes
a la conquista de misteriosos parajes, inexplorados;
de submarino que se sumerge,
resistente al frío, a la humedad del tiempo,
rocalloso pez de lumbre;
de barrilete frágil
divertido, que se enreda
besando viento
abrazando árboles.

en baja frecuencia pulula
rechina en alta
sibilante alada
mi pequeña máquina de sol reverbera
montada al galope de la vida.